En un antiguo pueblo vivían dos hermanas, una era rica y la otra, pobre. Sucedió un día que la hermana rica, que era muy egoísta, fue a visitar a la pobre y le llevó un regalo: un crucifijo viejo y mohoso del que quería deshacerse. Después de aceptarlo, lo colgó en su comedor y bendijo la mesa dirigiéndose al Cristo viejo: «Señor, si queréis, estáis invitado». Mientras estaban comiendo, un mendigo llamó a su puerta pidiendo pan, y se lo dieron. Este hecho se repitió varios días hasta que un día, después de entregar el pan, la casa se convirtió en un hermoso palacio. La gente bendijo a Dios por aquel milagro. Al enterarse la hermana rica fue a la casa de la pobre y se llevó el crurcifijo. También ella se puso a comer, y llamó a su puerta un mendigo, pero ésta le despachó, diciendo: «Para caridades estamos». De pronto, su hermosa casa se convirtió en una choza ruinosa.