En una granja compraron un pavo real. La gallina quedó enamorada del pavo por su vistoso plumaje, sobre todo cuando abría su abanico. El pavo no quería a nadie del corral, se llevaba los mejores bocados de la comida, sólo pretendía ser admirado, se amaba sí mismo. Era tan orgulloso que no jugaba con los demás, graznaba para ser oído, abría su cola para ser visto.
De pronto una comadreja había saltado la tapia, el pavo se subió a la rama de un árbol, la gallina cacareaba y movía las alas para salvar a sus polluelos; ante estos cacareos salió la dueña de la granja (ya estaba el pato dando picotazos a la comadreja) y la comadreja huyó. La gallina acariciaba al pato, su salvador, y despreció al pavo real.
Aprendamos a ser sencillos y no orgullosos. Admiremos a las personas por lo que son, por sus cualidades, más que por su apariencia externa.