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MARTES

Juan iba siempre a misa a la Parroquia. Pero como comenzó a parecerle que el cura decía siempre lo mismo, dejó de frecuentar la iglesia.

Dos meses más tarde, en una fría noche de invierno, el cura fue a visitarlo.

“Debe de haber venido para intentar convencerme de que vuelva”, pensó Juan. Se le ocurrió que no podía decirle el verdadero motivo: lo pesado que eran sus sermones. Tenía que encontrar una disculpa.

Frente a la chimenea, se puso a hablar del tiempo. El cura no decía nada. Tras intentar mantener la conversación, Juan se calló también. Los dos quedaron en silencio, contemplando el fuego durante casi media hora. En ese momento, se levantó el cura y con la ayuda de una rama que no había llegado a arder, apartó una brasa y la colocó lejos del fuego. La brasa, al no tener suficiente calor para seguir ardiendo, empezó a apagarse. Juan, con rapidez, la tiró de nuevo al centro del hogar.

Buenas noches –dijo el cura, levantándose para marcharse.

Buenas noches y muchas gracias –respondió Juan-. La brasa lejos del fuego, por muy brillante que sea, acaba apagándose. El hombre lejos de sus semejantes, por muy inteligente que sea, no conseguirá conservar su calor y su llama. El domingo que viene volveré a la iglesia.

PADRE NUESTRO