Un hombre que paseaba cierto día por un hermoso bosque vio a lo lejos un zorro tumbado al pie de un inmenso árbol. Al acercarse algo más, se dio cuenta de que había perdido sus patas y no podía caminar para encontrar alimento. Entonces vio llegar un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre se hartó de comer y dejó el resto de la presa al alcance del zorro. Al día siguiente pudo ver nuestro caminante la misma operación: Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. Comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de Dios y se dijo a sí mismo: “Voy yo también a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste, que cuida del zorro, cuidará, con mayor razón de mí”. Así lo hizo durante varios días, pero nadie acudió a alimentarlo. El pobre hombre, tozudo él, estaba ya casi a las puertas de la muerte, cuando oyó una voz que le decía: “Oye, tú, que haces ahí parado: ¡abre tus ojos a la Verdad!. Sigue el ejemplo del tigre y deja de imitar al pobre zorro!”.
Señor Jesús: ¡Qué buena lección! Tú no quieres, de ninguna de las maneras, que esperemos de ti lo que podemos conseguir por nosotros mismos, porque no te gustan los vagos, sino los emprendedores. Te pedimos por esos trabajadores a los que les ha tocado los trabajos más duros, peor pagados y menos vistosos.
PADRE NUESTRO