
Un día Akbar, el Emperador, y su siervo Birbal fueron a la selva a cazar. Al disparar la escopeta, Akbar se hirió en el dedo pulgar de su mano derecha y gritó de dolor. Birbal le vendó el dedo y lo consoló con esta reflexión filosófica: “Majestad, no se lamente más. Nunca sabemos qué es bueno o malo para nosotros. Debemos contemplar todo lo que nos ocurre con confianza en la Providencia”. Al emperador no le sentó bien el consejo, se enfadó y arrojó a su siervo al fondo de un pozo abandonado. El emperador continuó luego solo por el bosque. Un grupo de salvajes le salió al encuentro, lo rodearon, lo hicieron cautivo y se dispusieron sacrificarlo. El hechicero de la tribu lo examinó y, al ver que tenía un dedo vendado, lo rechazó, porque la víctima no podía tener defecto físico alguno. Akbar comprendió que su siervo Birbal tenía razón en lo que le dijo, le entró remordimiento, volvió al pozo y lo sacó. -“Majestad, no tenga remordimiento, porque no me ha causado daño, sino beneficio, le dijo. Si no me hubiera dejado en este pozo, esos salvajes me habrían cogido con usted y habría sido yo el sacrificado. Se cumple lo que le dije: nunca podemos saber por adelantado si lo que nos ocurre es bueno o malo: dejemos que actúe la Providencia”.
Señor Jesús: No es fácil para ningún creyente “dejar actuar a la Providencia” o, dicho de otra manera, ver en todo lo que nos sucede tu mano, para desde esa confianza buscar lo mejor en cada caso. Ayúdanos a crecer en verdadera confianza en ti. Te pedimos por nuestros padres, catequistas y educadores, a los que debemos la fe en ti.
