
Timoteo era un hombre ambicioso. Nunca tenía suficiente dinero y posesiones. Constantemente discutía con sus vecinos sobre cuestiones monetarias. Un día, uno de sus enemigos decidió acabar con Timoteo. Con gran astucia, se presentó ante él con un pequeño pez en un vaso de cristal, y le dijo: Timoteo, cuando este pez alcance su tamaño normal y muera de muerte natural, su cuerpo se convertirá en oro puro, y tú serás más rico de lo que nunca soñaste”. La insaciable ambición de Timoteo se impuso a su sentido común, y creyó la historia del pez de su enemigo. Lo contempló de cerca, con alegría y agradecimiento. Se lo llevó a su casa y lo metió en un recipiente más grande. Lo alimentó generosamente y, con gran contento suyo, el pez fue creciendo y creciendo, hasta que se hizo demasiado grande para el recipiente. Gastándose una fortuna, Timoteo hizo construir primero un depósito amplio y después un pequeño lago para el pez, que no dejaba de crecer. Pasados unos años, Timoteo había gastado todos sus ahorros, soñando con el día en que habría de conseguir toda aquella cantidad de oro. Al final, en bancarrota y viejo, Timoteo se murió antes que el pez. Nunca la ambición le permitió darse cuenta de que su enemigo le había obsequiado con una cría de tiburón ballena.
Señor Jesús: Los refranes son la sabiduría del pueblo. Y dice uno de ellos que la avaricia rompe el saco. Eso le pasó a Timoteo y lo mismo nos pasa a nosotros con frecuencia. Ayúdanos a no caer en la trampa de la ambición desmedida. Te pedimos por esas personas avariciosas, que se aprovechan de la necesidad de los otros y les prestan dinero con intereses excesivos, hasta robarles su pobre hacienda.
