
Era un anciano barrendero. No había podido estudiar ni la Primaria. Por eso se sentía ahora tan orgulloso de que sus hijos estuvieran ya en bachillerato. Un día lo sorprendí diciéndole a uno de ellos: “¿Ves? tus estudios son como mi trabajo. Cuando empiezas a barrer una calle, te parece larguísima. Te parece tan terriblemente larga, que piensas que nunca vas a poder terminarla. Y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía. Empiezas a tener miedo. Al final estás sin aliento. Y el fondo de la calle sigue estando por delante… Así no se debe hacer”.
Pensó durante un rato y luego prosiguió: “nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el trozo siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el trozo siguiente”.
Volvió a callar y reflexionar, antes de añadir: “Entonces, es divertido. Y eso es muy importante, porque en este caso se hace bien la tarea. Y así ha de ser”.
Después de una nueva y larga interrupción, siguió: “De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Y es como si uno lo hubiera hecho sin esfuerzo alguno”.
REFLEXIÓN: ¿Qué pequeñas calles has ido barriendo poco a poco este curso? ¿Te las has ido planteando como proyectos posibles o nunca veías el final y te estresabas? ¿Cómo te planteas ahora la recta final?
Jesús, ¡Qué válidos son los consejos de este barrendero! Ahora que quedan pocos días de curso se nos hace más largo que nunca, más fatigoso que nunca el estudio. Ayúdanos a no ponernos nerviosos y a no ceder en el esfuerzo hasta el último día.
Te pedimos por nosotros y por todos los que como nosotros están acabando su curso, para que mantengamos la paz y el esfuerzo.
