975-223344 correo@electroni.co

El leñador

Un leñador regresaba a su casa la tarde del 22 de diciembre, cuando comenzó a llover intensamente. Se refugió debajo de una encina, con tan mala suerte que un rayo la partió en dos y la rama más gruesa le hirió un brazo y una pierna.  Tendido por tierra, empapado de agua y lleno de frío, perdió toda esperanza y decidió dejarse morir.

De repente resonó en el bosque, nítido y agudo, un balido. Por momentos le parecía próximo y por momentos lejano. El leñador oyó el balido como una petición de socorro.  Entre la cortina de agua que caía vislumbró un hueco de una cueva cercana.  Decidió ayudar al cordero. Medio arrastrándose llegó a la boca de la cueva y vio al cordero desangrándose en un charco de agua. Lo recogió, lo estrechó contra su corazón para darle calor y lo entró al interior de la cueva.  Allí pasaron los dos la noche juntos y el cansancio los rindió.

A la mañana siguiente un sol tibio iluminó la gruta y despertó al leñador y al cordero. El hombre acarició al cordero y notó que la pequeña vida temblaba de hambre. También él tenía hambre. Y, sobre todo, unas ganas inmensas de vivir.

(Relatos y narraciones-2, p. 62-64)

REFLEXIÓN: ¿Te hubieras arrastrado a la cueva? ¿Cuándo estamos tristes y desesperanzados, nos acercamos a aquel que se siente mal o sólo nos preocupamos y nos escuchamos solo  a nosotros mismos?¿Y cuándo estamos alegres y fuertes, somos capaces de compartir esa emoción y de animar a los demás?

Padre: tú nos has creado para hacer el bien los unos a los otros. Y cada vez que cumplimos esta tarea nos hacemos mejores personas, crecemos en lo más importante: en el parecido contigo, porque tú eres todo bondad.  En estos días anteriores a Navidad queremos hacer como el leñador de la parábola: queremos olvidarnos de nosotros mismos, para ayudar a los que nos necesitan. Con la oración que nos enseñó Jesús, te pedimos que venga a todos “tu reino”.