975-223344 correo@electroni.co

El abuelo, el mayor de la casa, era muy, muy anciano. Sus piernas ya no soportaban su peso, sus ojos ya no podían ver, sus oídos no escuchaban y en su boca no quedaba un solo diente.

Su hijo y su nuera no le servían la comida en la mesa, sino al lado de la estufa, para que no ensuciara. Una vez le pusieron la comida en un tazón. Cuando el viejecito quiso levantarlo, lo dejó caer sin querer, y el tazón se rompió. Todo se derramó sobre el piso. Muy disgustada, su nuera le regañó por estropear los objetos de la casa y romper su vajilla. Empleando un tono grosero, le dijo que a partir de ese día le servirían de comer en una cubeta de madera, como las que se usaban para dar el alimento a los animales.

El anciano suspiró hondamente, pero no respondió a esas palabras que le habían lastimado. Pasó algún tiempo. Un día estaban en la casa el hijo y la nuera del anciano.

Los dos esposos miraban con mucha atención al niño de ambos; estaba en el suelo, jugando con unos bloques de madera. Los acomodaba de una manera y de otra, como si quisiera darle forma a un objeto en particular. ¿Qué figuras estás haciendo con esos pedazos de madera, hijo? -preguntó con curiosidad su padre. Estoy haciendo una cubeta de madera, papá. De esa forma, cuando tú y mamá seáis tan viejos como el abuelo podré usarla para serviros la comida -informó el pequeño Micha.

Sin decir palabra, el hombre y la mujer se pusieron a llorar. Sentían vergüenza de haber tratado al abuelo de aquella manera. Desde aquel día le sirvieron nuevamente la comida en la mesa, y lo cuidaron bien.

REFLEXIÓN: ¿cómo tratamos a nuestros familiares? ¿y a nuestros compañeras? Compartimos qué podemos mejorar y cómo hacerlo.