
Un discípulo se quejaba continuamente a su Maestro diciéndole:
-No haces más que ocultarme el secreto último de esa paz tan grande que tú disfrutas.
Hasta que un día, el Maestro se decidió a confesar su secreto al discípulo:
-En su búsqueda de la felicidad, los hombres piensan demasiado, reflexionan demasiado, hablan demasiado. Incluso cuando salen al campo, van al mar o suben a la montaña, no hacen más que hablar, analizar, filosofar. Palabras, palabras, palabras… Ruido, ruido, ruido…
Tú aprende a guardar silencio y a mirar. Mira una estrella, una flor, una hoja marchita, un pájaro, una piedra. Mira. Escucha. Huele. Toca. Saborea… Cuando miras un árbol y ves sólo eso, un árbol, no has visto realmente un árbol. Cuando mires un árbol y veas un milagro, entonces, por fin, habrás visto un árbol y empezarás a gozar de esta paz que ahora no tienes.
(El canto del pájaro, p. 28-29)
REFLEXIÓN: ¿Ves sólo árboles o descubres sus entrañas? ¿Ofreces a los demás tu tronco y tus ramas o les regalas las raíces que te hacen crecer?
Jesús: la receta que da este Maestro a su discípulo es maravillosa. Tú nos has dado unos sentidos, sentimientos y corazón, además de la inteligencia. Pero nosotros nos empeñamos en no usar nada más que la inteligencia. Y eso es como si pretendiéramos andar con un pie, usar una mano, oír con sólo un oído… Estamos perdiendo la mitad de la vida, precisamente la mitad más hermosa: los sentimientos.
