
Érase una vez una colonia de peces, que se sentía tan feliz, tan feliz, que un gran grupo de ellos se puso a gritar: “Si a esos infelices hombres que viven fuera del agua pudiéramos mostrarles la calidad de nuestras vidas, la fuerza de nuestra comunidad, la felicidad de nuestra existencia, fácilmente lograríamos que siguieran nuestro ejemplo…vivieran con nosotros y fueran felices. ¡Salgamos a ese mundo malvado, a predicar nuestro evangelio de salvación a nuestros hermanos y hermanas, para traerlos a nuestros mares!”.
Los peces salieron a las playas, llenos de celo e interés por sus hermanos y hermanas de la tierra. Al dejar el agua y encontrarse con el aire puro, los ojos les picaban, los oídos les dolían, sus bronquios se asfixiaban y a sus escamas se les hacía imposible soportar la fuerza del sol. No obstante, su deseo de hacer bien a los animales terrenos era tan grande que los peces más fuertes pudieron llegar hasta la aldea más cercana.
Empezaron a contar las maravillas de vivir en el agua, la felicidad que sólo allí se podía lograr… Los más sensatos del pueblo se fueron retirando conforme la predicación absurda avanzaba, pero hubo un reducido grupito de jóvenes, ansiosos de novedades, que les hizo caso, regresaron con los peces, se zambulleron como ellos en el agua y poco antes de llegar al fondo… se ahogaron.
REFLEXIÓN: ¿Te has dejado llevar alguna vez por una colonia de peces? ¿ Cuál, la moda, la pereza, las drogas, la envidia..? ¿Qué nombre le pones a esa colonia que te arrastra? ¿Cómo podemos huir de ella?
Jesús: Otra vez hoy nos aparece la publicidad y sus efectos negativos. ¡Para qué querremos a veces nuestra inteligencia!
La vida es un continuo ejercicio de discernimiento: no todo lo que se anuncia como bueno lo es. Ayúdanos a no dejarnos engañar por falsas publicidades.
Te pedimos por quienes se han dejado engañar por la aparente felicidad de las drogas, el alcohol, el juego… Padre nuestro…
