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ESTOY AHÍ FUERA

Érase una vez una mujer muy devota y llena de amor de Dios. Solía ir a la iglesia todas las mañanas, y por el camino solían acosarla los niños y los mendigos, pero ella iba tan absorta en sus oraciones que ni siquiera los veía.

Desde su más tierna infancia había aprendido a practicar sus oraciones y estaba convencida que allí, en la paz y quietud del templo, se encontraba con Jesús cada mañana.

Un buen día, tras haber recorrido el camino acostumbrado, llegó a la iglesia en el preciso momento en que iba a empezar el culto. Empujó la puerta, pero ésta no se abrió. Volvió a empujar, esta vez con más fuerza, y comprobó que la puerta estaba cerrada con llave. Afligida por no haber podido asistir al culto por primera vez en muchos años, y no sabiendo qué hacer, miró hacia arriba… y justamente allí, frente a sus ojos, vio una nota clavada en la puerta con una chincheta. La nota decía: «Estoy ahí fuera».

Señor, a veces me olvido de los demás

y paso por su lado sin escucharlos,

sin hacerles caso y sin comprenderles.

 

Señor, a veces se cierran mis manos

y me olvido que tú nos has creado

para formar una gran familia.

 

Señor, hoy quiero pedirte

que me des la fuerza suficiente

para estudiar,

para trabajar con constancia

dando lo mejor de mí mismo.

 

Señor, hoy te ruego

que abras mis ojos y mis oídos

para escuchar a quien está a mi lado.

 

Señor, hoy vengo a pedirte

por mis amigos, mis amigas y mi familia.

 

Que sepa ayudar a todos

para hacer más agradable su vida.