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DIOS Y LOS DEMÁS

El rabí Pinjás era un rabino muy popular, para disgusto suyo. La gente lo buscaba, lo solicitaba en exceso, y con sus consultas le distraía. Por eso, un día rezó a Dios de esta manera: “Dueño de la vida: te agradezco todos los dones que me has regalado. Pero la gente no me deja ocuparme de tus cosas ni de Ti, Señor. Sólo a ti quiero consagrar mi tiempo. Concédeme esa gracia”. Su oración fue escuchada. Nadie le molestó durante un largo tiempo. Pero cierta mañana otro rabino santo, que conocía lo que ocurría con su colega, vino a visitarlo. Se quedó en el umbral de la casa y no quería entrar. Pinjás le dijo: “¿Por qué no entras, amigo; sabes que mi casa es tu casa”. A lo que el rabino santo contestó. “No puedo entrar, porque si no viene a tu casa ningún judío, también yo debo mantenerme alejado de ella. ¿Es que no sabes que un rabino debe vivir no sólo con su pueblo, sino también para su pueblo?. Ese mismo día, Rabí Pinjás comprendió su error y dirigió al cielo una nueva petición. Y volvió a ser el maestro popular, bien amado y acosado de consultas por sus feligreses.

Señor Jesús: Tú no nos has hecho islas, sino necesitados unos de otros. Hay malos momentos en la vida, en los cuales nos molestan los otros y desearíamos estar solos. Pero no es en el aislamiento y pasando de los demás donde te podemos encontrar a Ti, sino gastando nuestras cualidades a favor de los prójimos. Te pedimos hoy por los ancianos que, después de haber gastado su vida por los hijos, se encuentran solos y abandonados de ellos. Y por los que los cuidan con cariño