
Bertolt Brecht, el dramaturgo del absurdo, cuenta esta historia: Durante siete años no pude dar un paso sin muletas. Día y noche caminaba con mis muletas. Fui al Gran Médico y le conté mi caso. -“¿Por qué llevas muletas?”, me preguntó. -“Porque estoy tullido”, le respondí. -“No es extraño -me dijo el gran médico- prueba a caminar sin muletas. Son esos trastos los que te impiden caminar. Deja esas muletas, aunque tengas que caminar a cuatro patas” Y antes de que pudiera reaccionar, el gran médico, riendo como un monstruo, arrancó las muletas de mis manos y las rompió en mis espaldas. Y sin dejar de reír las arrojó al fuego. Ahora estoy curado. Camino con normalidad. Me curó una carcajada y una voz que me dijo que tenía que romper mis muletas. Es verdad que tan solo a veces, cuando veo en mi camino palos o algo que se asemeje a mis antiguas muletas, camino peor durante unas horas. Pero estoy contento, a pesar de todo. He aprendido que en la vida lo importante es romper tus muletas y ayudar a que otros también rompan las suyas. |
Señor Jesús: No es bueno acostumbrarse a andar por la vida con muletas. Todo es bueno “en tanto en cuanto se necesita de verdad”. Pero ese “tanto cuanto” depende muchas veces de nuestra propia decisión. Nunca sabré por adelantado, si no lo intento, lo que puedo y lo que no puedo. Ayúdanos a ejercitar nuestra decisión. Te pedimos por los cobardes y asustadizos, por lo que son víctima del complejo de inferioridad, por los que prefieren que otros decidan por ellos. Y también por los que les gusta someter a los otros.
