Un día, un hombre muy listo tuvo un hermosos sueño. Soñaba que Dios se le hacía presente como si fuese un tendero. Al entrar- en la tienda, Dios le recibía y le invitaba a llevarse aquellos deseos que pensase. Ni corto ni perezoso, el hombre le respondió a Dios que quería: amor, amistad, solidaridad, para él y para sus amigos; luego pensó que a Dios le parecería un egoísta y pidió todo eso, pero para todo el mundo. Sonriéndole Dios le dijo: «Aquí no vendemos frutos, vendemos semillas».
El amor, la justicia, el trabajo, no son deseos; existe el amar, ser justo, trabajar. No son frutos, son tareas que a nosotros nos toca hacer, semillas que debemos hacer crecer en nuestra tierra.