La constancia es uno de valores que debemos cultivar. A veces las cosas no van como nosotros quisiéramos y encontramos razones para justificarnos, nos defendemos aunque las cosas se vean claras, hacemos esfuerzos esporádicos pero luego nos cansamos. Puede servirnos en nuestro caminar esta sencilla narración:
Una liebre presumida se encuentra con una tortuga con su casita siempre a cuestas. La liebre desafiante propone a la tortuga una apuesta, subir a una pequeña montaña, la tortuga la mira y remira, y por fin acepta su apuesta. La liebre se alegra en su interior y lanza ligeras exclamaciones, ¡pobre tortuga!, en dos saltos me presentó allí. Pero bueno, ¡para qué apurarse! Voy a descansar un rato. La tortuga no se lo piensa y pasito a pasito sigue su ascenso a la cumbre; la liebre después de descansar empieza su ascenso a saltos de locura, pero cual sería su asombro al llegar a la cima que la tortuga sacando su cabecita del caparazón le dio la bienvenida.
- ¿Qué puede sugerirnos esta narración?
- ¿Ganó la apuesta quien más pudo o quién más hizo?
A nivel de clase, ¿somos liebres o tortugas?